Los dibujos que hace la hierba cuando la mueve el aire.


Capítulo 1

‘Corollary 1. There is no single thing in nature which is more profitable to man that a man who lives according to the guidance of reason. For that is most profitable to man which most agrees with his own nature, that is to say, man. But a man acts absolutely from the laws of his own nature when he lives according to the guidance of reason, and so far only does he always necessarily agree with nature of another man; therefore there is no single thing more profitable to a man that man, etc.’[1]

Me esfuerzo en entenderlo mientras hablo por teléfono con él. El volumen de su móvil siempre está bajo y el viento hoy sopla especialmente fuerte. Él me cuenta algo de un cumpleaños y de unos amigos y de una fiesta a la que irá mañana, y al mismo tiempo que le amenazo si se pone a ligar con otros, yo estoy mirando por la ventana. Me promete que será bueno y yo me quedo tranquilo. Estoy casi hipnotizado por el ritmo incesante del manto verde perenne que se estremece a mi alrededor, con la vista perdida entre los dibujos que hace la hierba cuando la mueve el aire.

Salgo a la terraza para poder sentir el viento en mi cuerpo. Es frío, pero no demasiado. Aquí el viento lo tiene fácil, solo tiene que avanzar, sabiendo de antemano que nadie lo parará, ya que no tiene rival que le plante cara. El cielo es bajo y el horizonte infinito. Una planicie que solo se ve interrumpida por las líneas que trazan los árboles de la carretera y los canales y por algunas casas que se separan unas de otras como si se diesen miedo. Barreras que no sirven de nada cuando el viento sopla con su fuerza invisible. Se pone a llover y me meto adentro.

La lluvia se alía con él y juntos lo limpian todo, eliminando el poco polvo y hojarascas que había, así como cualquier tipo de recuerdo, borrando la memoria que pertenece a un lugar para depositarla quién sabe dónde. Se los llevó volando.

Los bastos campos que me rodean conforman una especie de puzzle reticular, donde todas las piezas son verdes en diferentes gradaciones de luminosidad, tono e intensidad. Verdes que me hacen cuestionarme de donde vienen su pureza. Verdes que me hacen reflexionar sobre su naturaleza, al mismo tiempo que me hace sentir una paz interna. Un paisaje, que como explica Wilhen Hellpach[2], articula cambios psicológicos en las personas, trasmitiendo fertilidad y abundancia a nuestro subconsciente, al mismo tiempo que nos enfrenta con nuestra pequeñez humana.

A la mañana siguiente, me despierto entre un fuerte ruido de motor y el cantar de los alegres pájaros. Los rayos de sol a través de la persianas de las ventanas me hablan de un día radiante. Cuando abro la puerta me sobrecogen los dos tractores que equipados con sendas segadoras coreografían el corte de la hierva que me rodea. Trazando líneas que transforman el color y densidad de la superficie, van de un lado al otro del campo, del otro al uno y vuelta a empezar. Con infatigable severidad las segadoras avanzan aniquilando la verticalidad de la fresca hierva de la mañana, dejando tras de sí una horizontalidad forzosa. Es fascinante el espectáculo de las briznas de hiervas proyectándose hacia atrás al paso de las cuchillas, pero mas fascinante aún es el olor que desprende la hierva recién cortada durante unos minutos. En unas pocas horas, cuando los dos tractores se encuentran cara a cara, todo el terreno ha pasado de ser un fértil campo a una industrializada área de cultivo, lo que hace replantearme el sentido que tiene aquí la palabra naturaleza. Tan solo el perímetro de mi caravana continua siendo un oasis de vida. El deslumbrante paisaje en el que dormía anoche se ha convertido en un devastado campo de producción ganadera.

El viento vuelve a soplar, pero la hierva aquí ha dejado de moverse.


Capítulo 2


‘The following is my reason for so doing. Nothing happens in nature which can be attributed to any vice of nature, for she is always the same and everywhere one. Her virtue is always the same, and her power of acting; that is to say, her laws and rules, according to which all things are and are changed from to from, are everywhere and always the same method of understanding the nature of all things whatsoever, that is say, by the universal laws and rules of nature.’[3]

Me esfuerzo en entenderlo mientras hablo por teléfono con él. El volumen de su móvil siempre está bajo y el viento hoy sopla especialmente fuerte. Él me cuenta algo de un cumpleaños y de unos amigos y de una fiesta a la que irá mañana, y al mismo tiempo que le amenazo si se pone a ligar con otros, yo estoy mirando a las vacas que veo desde la ventana. Me promete que será bueno y yo me quedo tranquilo. Todas son diferentes. Todas son productivas.

Me pregunto en que momento de la historia, las vacas decidieron pertenecer a los humanos, y por qué. Hoy he escuchado a Henry decir que en África las cebras no han podido ser domesticadas porque son agresivas y muerden. Que injusticia, las vacas por ser tan buenas han acabado siendo nuestras esclavas.

Ahora es primavera, y el paisaje se redibuja con sus gráficas siluetas blancas y negras. Todas son tan similares. En cierto modo ellas son las que marcan el inicio del buen tiempo, cuando salen alegres a pastar (con las patas atrofiadas tras pasar todo el invierno encerradas) a verdes prados cercados por frágiles vallas electrificadas (solo por su seguridad) Casi no levantan la cabeza, todo el día rumiando, incluso cuando reposan en el suelo con sus grandes ubres espachurradas siguen rumiando la fresca hierva. Y tras una larga jornada rumia que te rumia, bebiendo, meando y cagando, las señoritas vacas son invitadas por el caballeroso granjero a ser felizmente ordeñadas.

Todas tienen un nombre. Bertha 9616, Anouk 9638, Coba 9580, Roelie 9547, Cornelia 9650, Bertha 8999, Elly 8093, Sandra 9749, Carmen 9677, Liset 9852, Silvana 9887. Silvana, que gracia, así se llamaba la primera chica que besé. Silvana en una vaca como otra cualquiera, pero por los lazos afectivos que me unen a ella relataré su historia. Prometo ser breve.

Silvana, como todas sus congéneres en estas tierras húmedas y blandas, fue inseminada artificialmente. Al tercer día de su nacimiento, fue separada de su madre Truus 9591, quedando por consiguiente huérfana de padre y madre. Peor suerte corrió su hermano, que tras el tiempo de cebado y engorde (en cual no entraré en detalles) se fue a parar al matarife. Con su carne se hicieron ricas chuletas y con su piel lindos zapatos. Silvana pasó sus dos primeros años de vida encerrada el redil creciendo con sus compañeras, hasta ser un día felizmente inseminada y empezar su proceso de transformación en vaca lechera. Es ley de vida, si no hay bebes no hay leche. Tras ser separada de su hija cuyo nombre nunca sabremos, dos relevantes hechos sucedieron. El primero fue el conocer la luz del sol y el sabor de la hierva fresca, y el segundo, fue el experimentar la sensación de ser ordeñada automáticamente. Silvana produce una media de 25 litros de rica y fresca leche a diario, lo que supone unos 9.000 litros anuales, que no son pocos. Como cualquier mamífero que se precie, Silvana fue reduciendo la cantidad le leche diaria que producía a medida que pasaron los meses, por que fue inseminada nuevamente y con ello seguir siendo productiva. Hasta cuando Silvana soportará este ritmo y cual será su destino final son sendas incógnitas. En la granja siempre hay pesimistas y ellas rumorean sobre posibles trágicos finales, pero Silvana piensa que tras una vida de sacrificio y alto rendimiento encontrará su recompensa.

Silvana siempre estará en nuestra memoria como esa vaca ejemplar que pasó a la historia gracias a una campaña publicitaria que la hizo famosa. Pusieron su bonita cara (sin cobrar por los derechos de imagen) en miles de postales que viajaron alrededor del mundo, ayudando a otros tantos miles de personas a idealizar, en la inmensidad de los prados verdes, la vida de una vaca feliz.


Capítulo 3

‘Proposition 7. It perteins to the nature of subtance to exist.

Demostration. There is nothing by whichsubtance can be produced. It will be thereforebe the cause of itself, that is to say, its essence necessarily involves existence, or in other words it pertains to its nature to exist’.[4]


Me esfuerzo en entenderlo mientras hablo por teléfono con él. El volumen de su móvil siempre está bajo y un ruido infernal viene de fuera. Él me cuenta algo de un cumpleaños y de unos amigos y de una fiesta a la que irá mañana, y al mismo tiempo que trato de cortar la conversación mas o menos educadamente, porque no soy capaz de seguirla, trato de buscar de donde proviene ese dichoso ruido metálico y ahogado que no me deja concentrarme.

Tal y como me temía, el sonido proviene nuevamente de los tractores de la granja. Un zumbido incesante que golpea la tierra sin piedad.

Trato de esforzarme por reconocer que es lo que está pasando al otro lado del terreno, pero no logro conseguirlo. Mientras los tractores avanzan a un ritmo cadencioso desde la lejanía, trato de recordar cuantas veces y en que modos he visto pasar los tractores en estos últimos días desde mi habitación. Primero vi venir a las segadoras, luego fueron las mezcladoras, que con una especie de aspas a ras de suelo, hacían revolver las briznas de hierva con el fin último de acelerar su proceso de secado. Después de tres días inusualmente soleados y de sucesivos removimientos de hierva, vinieron las agrupadoras, un mecanismo que disponía la hierva seca en surcos, trazando y redibujando el terreno, dejando tras de sí la evidencia de la cosecha y la calamidad de un terreno arrasado, para finalmente dar paso a las colectoras, cuya misión consistió en extraer las líneas de hierva seca, limpiando el espacio y defiendo la planicie que se magnificaba por su vacío. Un alegre y rítmico artilugio que disparaba semillas como si fuesen proyectiles, al cual llamaremos dispensadora, fue el último de los artilugios mecánicos motorizados que se pasearon frente mi ventana.

Pero lo que viene ahora es algo que me supera. No logro a entender que es lo que están haciendo los tractores. Vienen hacia mí, amenazantes, con un gran depósito contenedor en su parte trasera, que me hacen sospechar de se puede tratar. La brisa que aquí corre, fuerte otro día más, me confirman mis sospechas. Es mierda. Mierda de vaca.

La abonadora Schuitemaker Coulter Injector es una máquina perfecta. Pura belleza industrial y extremada precisión funcional, que fue diseñada con el único fin de ayudar en la tediosa labor de fertilizar el terreno. Largas mangueras conectadas a los tanque que ya se dejan ver, me hablan de un trabajo impecable, el cual puedo oler pero no ver. En un ejercicio de ocultismo mecánico, los arados abren una tierra que no resiste, en una multitud de franjas paralelas que son sistemáticamente rellenados a inyección con la pestilente mezcla de caca y orines vacunos, para ser inmediatamente vueltos a cerrar por otro ingenio mecánico, dejando tras de si una superficie que parece no haber sido rota ni rellenada de estiércol. Todo queda bajo tierra, como si nada hubiese pasado, dejando tras de si una superficie plana y fértil.

No estaré aquí para verlo, pero se supone que en menos de un mes, este cuadrilátero de tierra, que ha sufrido todo tipo de transformaciones en el breve periodo de tiempo que yo he estado aquí, volverá a renacer como un bello prado verde, cuya hierva será nuevamente mecida por el viento, dibujando las azarosas formas a las que nos tenía acostumbrados. Este proceso de fertilizado, siembra y recolecta se repetirá probablemente unas cinco veces durante que aguante el buen tiempo, evidenciando la intensiva explotación que aquí tiene un suelo, al cual se ha borrado la memoria a fuerza de fertilizantes. Un ciclo que tiene protagonistas a nuestras amigas las vacas. Ellas comen, mean y cagan, y que con su fresca leche nuestros hijos crecen felices, y con su bonita piel, zapatitos lindos, y con su rica carne divertidas barbacoas y con su hedionda caca, se fertilizan los verdes campos que en invierno les darán de comer, y así vuelta a empezar, pasando todo ello a través de un equilibrio humanizado, en donde la palabra naturaleza han sido consensuada y en donde todas las partes se han puesto de acuerdo para trazar los límites del concepto paisaje.


[1] SPINOZA, Benedict: Ethics. Wordsworth Editions Limited. Hertfordshire. 2001.
[2] HELLPACH, Willy: Geopsique. El alma humana bajo el influjo de tiempo y clima, suelo y paisaje. Madrid, Biblioteca de ideas del siglo XX, Espasa-Calpe, S.A., 1940.
[3] SPINOZA, Benedict: Ethics. Wordsworth Editions Limited. Hertfordshire. 2001.
[4] SPINOZA, Benedict: Ethics. Wordsworth Editions Limited. Hertfordshire. 2001.